-No me
gusta tu olor.
Miré a mi
alrededor y no había nadie. Me sentí intranquilo. Había escuchado claramente
que alguien hablaba. Estaba en la parada, sólo, esperando el autobús.
Pasaron unos
segundos y volví a escuchar:
-No me gusta tu olor.
Esta vez me
removí incomodo en el lugar. No es que tuviera una vista privilegiada, de hecho
incluso uso anteojos, pero era de día y veía perfectamente a mi alrededor que
estaba solo. Salvo por un perro callejero que me miraba curioso.
-¿Quien habla? Pregunté sintiéndome bastante tonto.
-¿Quien habla? Pregunté sintiéndome bastante tonto.
-Soy yo,
dijo el perro levantando una pata.
Si antes me
sentí tonto, ahora simplemente creí estar soñando. ¿Es que aún no me había levantado?
Me pellizqué el brazo y supe que estaba despierto. Me acerqué apenas al can e
intentando disimular le dije:
-Acabo de
bañarme, ¿qué problema tenés con mi olor?
-No me
refiero a “ese” olor, poco me importa si te bañaste o no, me refiero al olor de
tu perro, que llevas impregnado en tu cuerpo.
-¿Podes
oler a mi perro?
- Por
supuesto, dijo un poco ofuscado. Y tu perro no me gusta.
-No
entiendo una cosa, ¿cómo es que estoy escuchando hablar a un perro?, lo del
olor lo entiendo y hasta me parece razonable, pero ¿hablar?, siempre escucho a
los perros ladrar, no hablar.
Los perros hablamos
pero los humanos no se toman la molestia de escucharnos
No puede
ser, hace años que tengo perro, jamás me dirigieron la palabra, sólo ladridos,
hasta gruñidos, pero palabras jamás.
Llegó el
colectivo y no pude seguir dialogando con el perro, y de camino al trabajo,
reflexioné toda la situación y no me convencía de no haberla soñado. Aun así, cuando
llegué a casa por supuesto intenté dialogar con mi mascota, pero este no
mostraba ningún signo de cooperación.
Frustrado
le dije: -hablo con los perros de la calle y con mi propio perro no puedo
dialogar. Simón me miró indignado, y dejándome atónito dijo:
-Miau
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