domingo, 30 de marzo de 2014

Una confesión y una mosca




- Vengo a hacer una denuncia. El oficial siguió mirando la pantalla, sin inmutarse.
- Maté a mi marido- dije en un tono más fuerte. El oficial clavó sus profundos ojos en mi. La mosca que volaba distraída cerca de la ventana se acercó a escuchar mi confesión. El silencio se hizo espeso y amenazante.
- No sé por dónde empezar- dije
- Por el principio sería lo conveniente, dijo el policía. Su voz era grave e intimidante. Imaginé que así debía ser. En ese momento no estaba segura de estar haciendo lo correcto, mi mente me decía que saliera corriendo, aunque rápidamente comprendí que no tendría chance alguna de escapar. Demasiado tarde, pensé,  todo llega a mi vida a destiempo, hasta la lucidez.
- Hace tres años me casé. Al principio éramos muy felices. Después... Me distraje con la mosca que en verdad parecía estar interesada en mi historia, ya que se acercaba lentamente por el escritorio , por más que el agente la espantaba.
- Siga por favor...
- Comenzamos a discutir por cualquier cosa, Augusto se quedó sin trabajo, comenzó a beber, peleábamos por todo y comencé a odiarlo con todas mis fuerzas. Una noche que estaba completamente borracho me pegó y ahi lo decidí... Volví a quedarme callada siguiendo el vuelo de la mosca que se posó en mi cabeza, bajó por mi oreja y se quedó en mi labio. Automáticamente cerré la boca.
- ¿Decidió que? preguntó el oficial impaciente.
- Mudarme-dije casi sin separar los labios.
- ¿ Mudarse?
Asentí. En el momento que le dijera adónde entendería todo.
- Aproveché una tarde que Augusto dormía profundamente y les pedí a dos vecinos que lo subieran a la camioneta. Había alquilado una casita, puse todas las cosas que tenía preparadas y me fui.
No sé cómo, todo empezó a mejorar; Augusto consiguió trabajos temporarios que lo mantenían ocupado y de buen humor, y volvimos a ser la pareja feliz que éramos al principio.
- Creo que me perdí algo, ¿por qué lo mató entonces?
- Me di cuenta tarde.
- ¿ De qué señora?
- Cuando me contaron que en el barrio San José las mujeres quedaban viudas misteriosamente pensé que esa era la solución. ¿ Me comprende?
El policía parecía perforarme con la mirada.
- ¿ Usted llevó a vivir a su marido al barrio San José?
- Cuando volvimos a estar bien me olvidé del asunto, estaba tan feliz que no pensé en nada más y cuando me acordé ya fue demasiado tarde. Augusto comenzó a sentirse mal y ya nada pudieron hacer los médicos para salvarlo.
- Técnicamente usted no lo mató. Si bien tuvo intención y premeditación no hay arma homicida. me temo que su caso no encaja en ninguna figura legal.
Por el otro lado no puede quedar impune. Espéreme acá.

El oficial se levantó dejándome sola... con la mosca. Me levanté con el insecto en mi hombro. Comencé a caminar despacio, para que nadie se fijara en mi. De algún modo llegué a la salida y salí de la comisaría seguida de cerca por la mosca que no me dejaba tranquila.


jueves, 20 de marzo de 2014

Remedio contra la rutina y el aburrimiento

Desde que la conocí mi vida cambió. La amo profundamente. La diferencia de edad nunca me importó y a  ella tampoco. El problema es otro. Sus constantes cambios de humor. Al principio lo atribuí justamente a su juventud. Luego comprendí que nada tiene que ver. Un día es una mujer sexy y provocativa y al siguiente puede resultar una adolescente desequilibrada. A veces parece mayor que yo con actitudes que me desconciertan. Es atolondrada y tranquila; despistada y concentrada; exquisita y vulgar con diferencia de días y hasta de horas. Si bien en el comienzo de la relación fue motivador y vivificante, con el tiempo se convirtió en algo difícil de manejar y entender.

Decidí hablarlo con ella y para mi sorpresa me dió la razón.
- Yo también lo he notado amor, y te juro que no sé que hacer. Ni yo misma sé con que humor empezaré el día. Estoy desconcertada.
Fuimos juntos a ver a su médico que tras hacerle exámenes rutinarios nos citó para informarnos que clínicamente estaba todo bien y nos sugirió una consulta psicológica.

Estuvimos de acuerdo y Carla comenzó un tratamiento. Meses más tarde nada había cambiado. Frustrados decidimos dejar el análisis ya que el costo nos era difícil de afrontar, además que no había dado ningún resultado.

Una tarde Carla llegó hecha una furia, me insultó, tiró adornos, cuadros y muebles. Luego lloró inconsolablemente. la situación era desesperante. No sabíamos que hacer, a quien recurrrir. La gente nos tomaría por locos.

Cuando mi hermana llamó para avisar que venía unos días de visita temblé. Si a Carla le daban algunos de sus ataques no sabría donde meterme. Rogaba en silencio cada día que nada delatara el infierno que estabámos viviendo. No tuve suerte. O si. Depende del punto de vista que se mire. Inmediatamente Inés notó los bruscos cambios de humor de mi amada. Sin embargo no dijo nada.

Terminada su visita, mi hermana Inés me abrazó y me dijo algo que me dejó sin habla:
- Carla asume las personalidades de la ropa que usa. Como asidua compradora de prendas de segunda mano tu mujer absorbe la energía de su antigua propietaria. Eso explica sus cambios de humor tan extremos y variados.

Inés cerró la puerta y yo me quedé asimilando lo que me había dicho. Me senté en el sillón y me quedé ahí inmóvil. Cuando Carla llegó me encontró allí sentado. No se cuántas horas pasaron. Por suerte llegó de buen humor y aproveché para contarle mi decisión, que la dejó boquiabierta.
- Mañana voy con vos a la feria americana, decidí renovar mi guardarropas.

Imagen Ma. Angeles Rodriguez Diaz- Artelista

miércoles, 12 de marzo de 2014

El oficio de Iván

Iván se despertó a las 6 de la mañana. Estaba muy cansado. Este trabajo terminará conmigo – dijo para si mismo, ya que a esa hora nadie había llegado aún. Encendió la cafetera, y se dirigió al vestuario. Ducha, cepillado de dientes, con su frugal desayuno listo  se dispuso a leer el periodico. Un ritual que repetía a diario, inclusive fines de semana. Se sentía bastante abatido, una sensación extraña en él, tenía un mal presentimiento.
El señor Dominguez llegó puntual a las nueve, justo cuando el se disponía a continuar con su labor.
- Iván lo espero en mi oficina ¡YA!
Iván se sacudió el piyama como si en ese gesto estuviera descargando su bronca.
El señor Dominguez le entregó un papel. No lo invitó a sentarse ni anduvo con rodeos. Tan sólo un papel que adivinó su contenido antes de ni siquiera mirarlo.
Apoyó sus manos en el escritorio , no estaba seguro que sus piernas pudieran sostenerlo por mucho tiempo más. En su mente se vió durmiendo bajo algún puente , tiritando de bronca.
- Por qué?  preguntó a un Dominguez que lo miraba despectivo.
-No tengo porque contestarle aunque lo voy a hacer para que vea que soy un hombre accesible. Lo que usted hace no es un trabajo, es una broma y no puedo seguir pagando un sueldo por semejante "oficio" dijo con sorna.
En ese momento Iván recordó a Eduardo, que apareció como un relámpago por su mente riendo a carcajadas. Entendía todo, Eduardo convenció al señor Dominguez de despedirlo, seguramente gran parte de su sueldo iría ahora a parar a sus bolsillos.
- Ser catador de camas no es ninguna broma señor Domínguez. Sin esperar respuesta se dio media vuelta, debía irse de la fábrica que había sido su hogar los últimos quince años de la manera más digna de la que fuera capaz.
Desde que Eduardo llegó a la fábrica hacía exactamente ocho meses, había escalado posiciones, derribando a varios fieles empleados. No podía ser tan ingenuo de pensar que él sería la excepción. Se había burlado de él, diciendo que lo que hacía no era un trabajo, sino más bien una "broma".
Salió arrastrando los pies, varios de sus compañeros lo palmearon a su paso, deseándole suerte, compadeciendose del pobre Ivan, y temblando a su vez, que ellos podrían ser los próximos.
No tenía idea de adonde ir, ni qué hacer. Deambuló por las calles sin rumbo fijo. Comenzaba a sentir hambre por lo  que entró a un bar. Un pebete de jamón y queso con un café con leche levantaron bastante su alicaído humor. Miraba por la ventana del local, sin ver nada . Su mente deambulaba. Intentaba pensar con claridad, mas su futuro era una nebulosa sin forma que paseaba por su cabeza abrumándolo con la incertidumbre y un sinsabor que no lograba deshacer de su estómago.
- Soy catador de camas, como lo fue mi padre , mi abuelo y mi bisabuelo. Es un oficio digno, que se transmite de generación en generación. Son unos incultos por no saber apreciar mi talento. Dijo en voz alta sin darse cuenta. Estaba acostumbrado a hablar solo.
Se percató de pronto que una mujer estaba sentada frente a él.No era joven, ni vieja. Ni linda ni fea. Ni flaca ni gorda.
Disculpe- dijo, no pude evitar escucharlo. Es en verdad usted catador de camas? Pensé que tan sólo se trataba de una leyenda. Mi nombre es Elizabeth Tompson y...
Iván la interrumpió levantándose de un salto para tomarle la mano y besársela con una reverencia. Sé perfectamente quien es usted. No puedo creer que nuestros destinos
se hayan cruzado.
Elizabeth sonrió dándole a su rostro una belleza que antes le había pasado totalmente despercibida, como si en ese gesto se iluminara por dentro.
Se volvió a sentar, percibiendo que aún tenía la mano de la mujer entre las suyas, sabía que debía soltarla mas la retuvo lo más que pudo.
Elizabeth era una conocida escritora y periodista, colaboradora del diario local, sus notas eran de temas variados, unos más interesantes que otros, y tenía miles de fieles seguidores. Había investigado sobre los catadores de camas, más no había logrado avanzar ya que los datos existentes eran escasos.
- Realmente es un juego del destino que nos hayamos encontrado, si en verdad es usted catador de camas.
- Por supuesto que lo soy dijo Iván un tanto ofuscado.
- No se ofenda, como sabe no abundan.
Iván sonrió, claro que no abundan, - es una profesión para elegidos. Antiguamente había otras familias, actualmente quedan dos. Smirnoff en Europa y yo aquí.
Acaban de despedirme, y como podrá imaginarse un catador de camas sin trabajo es ¡frustrante!
Elizabeth necesitaba mucha información para su nota, asi que debía encontrar el modo de permanecer en contacto con él.Invitarlo a catar su cama no sonaba precisamente adecuado y no se le ocurría ninguna idea. Debía impedir a toda costa perderlo de vista.
-Ha sido un placer conocerla señorita, ahora debo irme, no se donde dormiré esta noche.
Por eso no se preocupe. Puede venir a mi casa.-
Iván la miró asombrado, no estaba acostumbrado a tratar con mujeres, mucho menos con una tan deshinibida.
Viendo su cara mezcla de rechazo y  asombro se apuró a aclarar: No me malinterprete, lo que intento decir es que le ofrezco albergue hasta que consiga trabajo, de esa manera podré entrevistarlo para mi nota. No quería admitir que se sentía bastante abatida con su reacción.
Llegaron al departamento, era pequeño, cocina, dormitorio, baño, estudio con una importante biblioteca y el salón.
- Usted puede dormir en el estudio, el sillón es bastante cómodo...
Iván la miró como si acabara de insultarlo.
Disculpe señorita pero será mejor que me vaya.
- ¿Pero por qué? ¿En qué lo ofendí?
_ Yo no puedo dormir en un sillón, no va con mi ...
- Es que hay una sola cama, ¿ no pretenderá que duerma con usted o peor aún que se la ceda?
_ Yo no pretendo nada, usted me invitó ...
- Tiene razón, no pensé que sería un incoveniente para usted dormir en el sillón.  Viendo su cara de disgusto agregó- no se ofenda por favor. Dejeme pensar...
Elizabeth venía anhelando una nota como esta, un verdadero desafío, meses intentó averiguar datos sobre los catadores de camas sin grandes resultados. Era la oportunidad que estaba buscando, no podía dejarla ir tranquilamente por la puerta.
- Le cedo mi cama.
Iván dudó. El era un caballero, hacerla dormir en el sillón no le parecía justo, le estaba dando una gran ayuda, evitando que durmiera en la calle. A la vez invitarla a dormir con ella, era demasiado arriesgado... Podría  descubrir...
Estaba en un dilema, el clima se sentía tenso, ambos se debatían entre lo correcto y lo conveniente.
¿ No podemos dormir juntos? preguntaron casi al unísono. Y ambos se largaron a reír.
Elizabeth preparó la cena mientras Iván tocaba, y miraba la cama por todos lados. Le gustaba. Era un mueble antiguo, de madera maciza, bien construído.
A las diez de la noche ambos estaban acostados. Cada uno se ubicó en el lado más alejado posible del medio. La situación le resultaba rara ya que no solía compartir el lecho con nadie. Ademas de peligrosa. A las doce de la noche cuando ambos habían caído en un profundo sueño, la cama reconociendo a Iván se plegó justo por el medio atrapando a ambos. En ese momento Elizabeth se despertó siendo
testigo de uno de los momentos más increíbles de su vida. Estaban en un sitio iluminado tenuemente, cálido y acogedor, bebiendo vino y riendo, música suave de fondo... Se sentía relajada, feliz, como hacía mucho tiempo no estaba.
A las siete en punto sonó el despertador, Elizabeth se despertó con una sonrisa en los labios, había dormido plácidamente, se sentía relajada, contenta. Sensaciones casi olvidadas. Miró a Iván que la miraba a su vez. El brillo de su mirada la intrigó, como si supiera algo...
Iván se levantó y dijo: muy bueno el vino, la música y en especial la compañía...
Elizabeth lo siguió intrigada y un poco enojada
- ¿Acaso podés entrar en mi sueño?
- No, claro que no, fuiste vos quien entraste al mio.

jueves, 6 de marzo de 2014

Caen las hojas...


Caen las hojas del almanaque
muertas
marcando los días, meses, años,
que no estás,
 tu ausencia arranca
impiadosa.

Eras mi guía,
faro en la oscuridad.
Mano que sostuvo la mía
de pasos vacilantes.

Modelo a seguir
honesto, sincero,
límpida mirada
color  cielo.

A la deriva
naufrago
sin tu hombro
donde llorar.

Otro cumpleaños 
sin festejar,
tres deseos sin pronunciar
tan inmenso es el vacío 
papá.


miércoles, 5 de marzo de 2014

Salvación

Cuando todo es oscuro
y el camino
respira entrecortado,
cuando la angustia
trepa cual enrededadera
asfixiando,
cuando las fuerzas
se dan por vencidas
y dejan de sostenerme,
tus brazos me refugian.

Cuando el desánimo
abraza mi alma
y el frío gana la batalla,
cuando el abismo
es el único horizonte
a la vista,
cuando la fatiga
fluye en cada centimetro de piel,
un grito ahogado, silencioso
atraviesa mar y tierra,
me sostienes.

Si estás a mi lado
la tierra no tiembla
el pecho se aquieta
y una luz, tenue,
se abre paso entre las olas
de un mar embravecido.