lunes, 6 de enero de 2014

Clase de Literatura

La consigna para la próxima clase era escribir un cuento de terror. No dudó que se trataba de una señal. Tenía tiempo de sobra para preparar todo, hasta el más mínimo detalle. Estaba cansado de ser invisible para esos malcriados. Era hora de demostrarles quién era  él.
Llegó el lunes. Esperó que todos se sentaran en el aula, y hasta les dio tiempo para leer algunos trabajos. Eso generaba un clima excepcional, que el estaba dispuesto a aprovechar. Al quinto relato les cortó la luz, se escuchó un grito de histeria. Los dejó en la oscuridad total unos minutos. Disfrutaba con su miedo. Luego, agachado, enfocó la linterna bajo la ventana que daba al jardín para que diera un haz de luz, dejando suficiente sombra. Se bajó la capucha tapando sus facciones, y todo el fue un fantasma negro. Abrió la puerta despacio, haciendo chirriar sus goznes, provocando que todos los mocosos contuvieran el aliento. Hizo su entrada triunfal, como tanto la soñó. Ahora lo veían, diecisiete pares de ojos estaban pendientes de él. Era la gloria.
De su bolso sacó una jaula, y la abrió. Decenas de ratas salieron disparadas en todas direcciones, y los gritos se hicieron frenéticos. Varios se subieron a los bancos, uno en su desesperación se trepó al ventilador del techo, cayendo a los pocos minutos vencido por su peso, aplastando a varios de sus compañeros, que quedaron desparramados en el suelo, sangrando.
El fantasma negro sacó una tijera y agarró a Lucía por el cuello, ella comenzó a gritar desesperada, el profesor, haciéndose el héroe se sintió en la obligación de defender a su alumna, mas recibió un fuerte golpe que lo tiró al piso, inconsciente.
Tomó la larga trenza de Lucía y la cortó incrementando los gritos de su víctima que lo hacían sonreír satisfecho. A ella le tenía especial tirria, ya que pasaba a su lado cada mañana riendo y meneando su melena, indiferente, como si él fuera un mueble más.
Al alto de rulos, le afeitó la cabeza, así borraría su sonrisa de autosuficiencia. A Susana le hizo varios cortes con el filo de la tijera, la sangre goteaba y dejaba surcos caprichosos en su ropa. A Cecilia le abrió la boca y le pasó una ratita por la cara y la lengua. Ella que siempre venía con su paquete de galletitas en los recreos convidando a todos menos a él. A Pedro le clavó la tijera en la mano, la sangre brotaba a borbotones. No quería olvidarse de ninguno. Las ratas chirriaban enloquecidas por los gritos, la sangre, y el caos se hacía más y más estimulante.
Cuando hubo terminado con todos, algunos aliviándole el trabajo, yacían inconscientes, otros gritaban histéricos, muchos lloraban y alguno que otro rezaba. Salió de la clase y sacándose la capucha y el traje negro, quedó con su uniforme de guarda de la escuela, encendió la luz y regresó a la clase, alertado por los gritos vino a ver si necesitaban ayuda…