Celina era una mujer muy hermosa, llena de vida. Aspiraba encontrar un hombre para compartir la vida, pero era muy exigente. Uno era demasiado intelectual, otro aburrido, siempre les encontraba un defecto. Buscaba el compañero ideal, su príncipe azul, el “hombre perfecto”.
Leo era un hombre atractivo, buen mozo, dueño de una sonrisa cautivadora.
Una tarde se encontraron en la sala de espera del médico. Sentados uno al lado del otro, rozándose. Sus miradas fijas en el cuadro que tenían frente a ellos, que ocupaba toda la pared. Primero fueron miradas furtivas hacia los costados, luego tímidas sonrisas. La charla comenzó a fluir rápidamente, la gente los miraba, pero ellos no parecían percatarse.
El tiempo pasaba, los pacientes iban entrando al consultorio. Decidieron irse juntos, se levantaron riéndose como dos chicos que saben que van a hacer una travesura. Sus dedos ligeramente entrelazados.
Un sol radiante hizo que Leo se pusiera sus lentes de sol, caminaron dos cuadras y se sentaron en un bar. Sus dedos aun seguían jugueteando, cuando Leo se quitó los anteojos, Celina se quedó paralizada, pálida. – “No puede ser, balbuceó, no es posible, tenés un ojo…. ¿Sos ciego de un ojo?” Era evidente su incomodidad, el desprecio que reflejaba su mirada.
- “Si “dijo Leo, “es algo que…”
- “ No perdóname, me tengo que ir” intentó justificarse Celina, “ yo no puedo, es… me hace mal mirarte, perdóname”
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Leo no dijo nada, esperó que Celina tomara sus cosas y antes que pudiera escaparse tomo su mano y le dijo:” yo no soy perfecto, es cierto, tengo un defecto en el ojo, que tal vez se pueda curar o tal vez no, pero vos tenés un defecto en el corazón, y ese querida, no tiene arreglo”.