- ¿Qué hacés? inquirió su madre evidentemente intrigada con su comportamiento.
Conocía de sobra que no se daría por vencida hasta que obtuviera una respuesta que a sus ojos fuera satisfactoria. Cansado, optó por decirle la verdad.
- Tengo una pulga.
Su madre achinando los ojos, como siempre que se enojaba, le exigió una explicación.
Pedro miró a la pulga consternado, sabiendo que si no lograba convencer a su madre estarían ambos en problemas.
Le explicó lo mejor que pudo que la pulga era su amiga y lo acompañaba a todas partes. De esa manera se sentía menos solo y no le hacía daño a nadie.
Su madre dulcificó la mirada. Se acercó a la cama justo en el momento que la pulga saltó hacia ella. Pedro intentó detenerla pero fue inevitable. Su madre se sentó sobre la pulga, aplastándola irremediablemente.