lunes, 25 de junio de 2012

Destinos cruzados

Este mes en el proyecto Adictos a la escritura se propuso escribir un relato con dos personajes adjudicados al azar. A mi me tocó un barrendero y un naufrago. Y esta es mi historia.
Los rayos de sol acariciaron su rostro. Abrió los ojos sin entender donde estaba. Le tardó unos instantes comprenderlo. Se puso de pie dificultosamente. Se miró las manos, el cuerpo, las piernas. Estaba vivo. Sucio, con la ropa hecha jirones,con hambre y sed, pero vivo.

Comenzó a caminar, sin rumbo, pensando que hacer, a quien pedir ayuda, pero parecía un lugar desierto. No se veían signos de humanidad alguna.
No es como en las películas, dijo sorprendiéndose de la aspereza de su voz.
Caminó largo rato, al final prácticamente se arrastraba... Se renovaron apenas las fuerzas al divisar cierto movimiento unos metros adelante.
Había gente, vestida con simpleza, al punto de que sus harapos pasaron desapercibidos. A nadie llamó la atención aquel hombre que se acercaba.
- Por favor, necesito ayuda. Mi barco se hundió y...
El hombre lo miró extrañado, no comprendía ni una palabra de ese blanco tan harapiento como él.
El naufrago comprendió que no hablaban español. Intentó descifrar su idioma, mas parecía un dialecto. Estaba perdido. No veía la salida. Se sentó en una esquina, mientras escuálidos perros se acercaban a husmearlo. No podría precisar cuánto tiempo pasó, pero estaba oscureciendo cuando un hombre con un carrito improvisado y una escoba de paja pasó a su lado. Por un extraño impulso se puso de pie y le habló. Para su sorpresa el hombre le contestó y lo llevó con él a su casa. En realidad casa es una forma de decir, un cubículo con paredes de cartón y techo de paja. Al entrar cinco niños corrieron a abrazarlo. La mayor, de unos trece años tenía un bebe en brazos de unos dos años, tal vez menos. Todos eran flacos, piel oscura, ojos como carbones y una sonrisa tímida dibujada en el rostro.
Su padre sacó un paquete, envuelto en papel de diario, lo abrió con parsimonia mientras sus hijos lo miraban expectantes... Les dijo algo que no entendió mas inmediatamente cinco pares de ojos miraron al naufrago con recelo. Se sentaron en el suelo y esperaron a que su padre les repartiera algunos manjares, esta vez había huesos de pollo que chuparon con frenesí, algunos fideos con tuco y media manzana mordida.
Rogelio Echeverría recibió un mendrugo de pan, y una alita de pollo. No recordaba haber disfrutado tanto una comida. De la nada aparecieron unos vasos de metal con agua que sabia a tierra pero que bebió gustoso.
- Mi nombre es Vadunko y vivo en este sitio desde pequeño. Mi madre era española, y  vino engañada...
En realidad no tiene importancia, cuéntame tu.
- Salí con mi barco, no me acuerdo ni cuando, no sé ni que día es hoy. Recuerdo que hubo una tormenta muy fuerte, el mar estaba descontrolado. No sé muy bien lo que paso y llegue a la costa. Necesito ponerme en contacto con mi familia...
- Eso es un poco difícil, acá no hay teléfonos, y los pocos que hay son locales.
Rogelio lo miró incrédulo, parecía el guión de una mala película. No podía estar pasándole esto a él.
Vadunko se ganaba la vida como barrendero, caminaba diez kilómetros diariamente ida y vuelta para llegar al barrio de la gente más acomodada del lugar. Mucha gente lo conocía y le preparaban en bolsas las sobras del día. De ese modo alimentaba a su numerosa familia. 
- Vadunko necesito que me ayudes, tengo que regresar a mi casa, a mis negocios...
Por más buena voluntad que puso Vadunko, Rogelio regresó a su país después de siete largos años, cuando hubo juntado el dinero para comprar el pasaje. Nunca olvidaría la historia del naufrago y el barrendero, ya que la contó infinidad de veces, pese al escepticismo de sus interlocutores.
Meses después de su partida Vadunko recibió un paquete enorme en su choza. Después de todo Rogelio Echeverría era un hombre de palabra.

domingo, 17 de junio de 2012

El último transplante

Llegó al consultorio el jueves a última hora. Una mujer rondando los treinta, vestida con jeans y una remera de tonos violáceos, que empalidecía aún más su rostro. Al encontrarme con sus ojos sentí una punzada en el pecho, de tanto dolor que reflejaban.


La invité a tomar asiento y conversamos mucho, más de lo usual. Tanto que Aída golpeó la puerta lamentándose por interrumpir, pero apurada por irse despues de concluir su trabajo. Recien ahi me di cuenta de la hora. Tuve el impulso, por un instante,un levísimo instante de invitar a mi paciente a cenar pero me contuve.

Lamentablemente ambos sabíamos que no había mucho por hacer, las cartas estaban echadas. La única opción era un transplante, pero aún eso era una leve esperanza. En mis años como médico cirujano especialista en transplantes había visto la muerte demasiadas veces. La impotencia de perder una vida siempre te deja un sabor amargo, no por conocido duele menos. Existen esos casos en los cuales uno se involucra más, simpatiza con el paciente. Sin embargo, jamás me había pasado lo que sucedió con Clara. Desde el primer instante que la vi sentí un batir de alas en mi interior, esa sonrisa triste me conmovía más alla de lo racionalmente explicable. Nos encontramos varias veces, para revisar analisis, posibles fechas, donantes, compatibilidades... Y cada encuentro nos unía más, como si algun hechizo hubiera conectado nuestras almas. Nunca hablamos de otro tema que no fuera el tratamiento, aún asi nuestros ojos decían todo lo que no nos animábamos a poner en palabras. Un dia se rozaron nuestras manos y todo mi cuerpo se estremeció.

Alicia adjudicaba mi frialdad y alejamiento a demasiado trabajo. Insistía en que debíamos hacer un viaje.

Despues de dos meses apareció un posible donante, todo sucedió rápido. Estaba muy nervioso, hasta pensé en derivar la operación en un colega. Estaba demasiado involucrado y no sabía si sería capaz. Lo más honesto me pareció hablarlo con Clara, temía que me preguntara el motivo, aún asi lo hice en mi ronda de visita. Clara me miró con esos ojos que había aprendido a amar tanto y me dijo:

- Solo en tus manos pongo mi vida. No te sientas presionado, lo que tenga que ser será. Y nadie va a poner más empeño en salvarme que vos.

La mire haciendo un gran esfuerzo por no llorar, las enfermeras nos miraban y no podía permitirme estar en boca de todo el hospital. Asi que guardé mi amor en el bolsillo y seguí con las visitas médicas. Antes de salir de la habitación me giré para mirar a Clara y le dije te amo sin hablar. Ella me sonrió.

A las nueve estaba todo listo. La sala de operaciones de pronto me pareció demasiado pequeña, sofocante, me transpiraban las manos a pesar del frío. Tuve que tirar dos pares de guantes. Antes de que le aplicaran la anestesia me acerqué a Clara, desaparecieron de mi alrededor las enfermeras, el anestesista, el medico ayudante , solo existíamos Clara y yo, quise decirle tantas cosas que las palabras se atoraron todas juntas sin poder salir. El anestesista volvió a aparecer ante mi preguntándome si podía aplicar la anestesia, asentí mirando todo el tiempo a Clara, incapaz de emitir palabra.

Al principio todo fue bien, pero en la mitad de la intervención comenzó a complicarse, Clara estaba muy debilitada y su cuerpo no estaba resistiendo. Sabíamos que esto podía pasar , mas estaba aferrado a la idea de salvarla, de darle otra oportunidad que la vida se empeñaba en negarle.Por un instante sentí la mano de Clara acariciar la mía. Sabía que esto era absolutamente imposible, pero hubiera jurado que... Tuvieron que ayudarme a salir de la sala de operaciones., incapaz de resignarme a perderla, mi cuerpo dejó de responderme.

Nadie jamás entendió porque el prestigioso y prometedor especialista de transplantes Julio Noruega dejó su profesión de repente, y de manera indeclinable.

miércoles, 13 de junio de 2012

Nueve años

Respiro tu ausencia

que me sabe a tristeza,

huerfána

del cariño que solo vos

podías darme.



Nueve años

que viajaron montados

en suspiros,

 lágrimas

silentes.



Me hace falta

tu abrazo tierno

tu palabra justa

tu sabiduría innata

tu mano apretando la mía.



Tu imagen congelada

en cartón

refleja otros días

perdidos en el tiempo.



Nueve años

papá

que no te tengo

el vacío

insolente

ocupa cada momento.



lunes, 11 de junio de 2012

Vuelo

Zambullirme

en tus brazos,

descansar en tu hombro

sentir que todo es posible.

Estamos juntos.



Empaparme de tu piel

la lluvia acariciando

mi alma

sumergirme en tu ser

navegando en tus sueños.



Derribar fantasmas

acallar los miedos

emprender el vuelo

lejos,

alli

donde nos lleve el viento.


Imagen: Vuelo del cóndor- María del Carmen Aguilar Farfan

miércoles, 6 de junio de 2012

El loco Félix

Todos dicen que estoy loco. Hasta me llaman "el loco Félix". Yo me río, porque creo que los locos son ellos, ustedes, todos esos que se llaman normales.


Hace muchos años atrás, tantos que ya ni me acuerdo, yo vivía amargado. Vestía de traje y corbata , me levantaba temprano para ir a trabajar, veía a otros sujetos tan o más amargados que yo. Volvía a casa agotado, para encontrarme con la cara de mi mujer, amargada, porque la plata no alcanzaba y había miles de cuentas que pagar.

Todo eso quedó atrás, hoy no tengo deudas que abonar, tampoco tengo plata, debo reconocer, pero lo poco que tengo me sirve para darme algún gustito y como lo disfruto! No como esos pitucones, que van a restaurantes caros, acompañados de mujeres despampanantes pero viven amargados tratando de hacer más plata. Para qué? Si al final no disfrutan nada, porque siempre quieren más y más...

Voy por la vida sonriendo, cuando me ven asi , feliz, me llaman loco, porque no me entienden. Como saben que yo soy el loco y  no ustedes ? Tal vez es al revés, todos usteden están locos y yo soy el único normal. Porque yo disfruto de la vida, me rio a carcajadas todos los días, me detengo a mirar el vuelo de los pájaros, a jugar con los gatos y perros callejeros que ustedes algún día abandonaron, a leer lo que encuentro disfrutando la calidez de los rayos del sol, me siento a comer al aire libre, me embeleso con la naturaleza... Cuantos de ustedes los normales pueden decir lo mismo?

Una tarde hace muchos años, tantos que ya ni me acuerdo, al regresar a casa y escuchar a mi mujer quejarse por que la plata no alcanzaba, comencé a tirarme de los pelos, tomé todas las boletas impagas que estaban arriba de la mesa y las lancé por la ventana, luego grité hasta que no tuve voz, y asi llegaron a la conclusión que me había vuelto loco. Tuve varias revisaciones médicas, donde me hacían preguntas idiotas a las cuales yo contestaba , sin excepción, con una sonrisa. Por eso confirmaron el diagnóstico. Este hombre se volvió loco, el stress, las exigencias laborales , y bla bla bla alteraron su visión de la realidad, bla bla bla

Están seguros que estoy loco? Aprendí a disfrutar de cada cosa, por más pequeña que sea, y soy feliz, absoluta y totalmente feliz. Y vos?

lunes, 4 de junio de 2012

Tibias esperanzas




No encuentro las palabras

que alivien mi tristeza

lágrimas tercas

acuden insistentes.



No encuentro la alegría

que un día perdí

oscuros nubarrones

opacan mi cielo.



No encuentro la llave

que abra las puertas

mas tibias esperanzas

se cuelan

aladas

por la ventana abierta.


Imagen: Enlaces de fuego (2009) Miguel Nicoletti