jueves, 4 de abril de 2013
Broma pesada
La historia se repetía. Cambiaban los paisajes, las puestas en escena, las complicidades… Los personajes eran los mismos. Ellos, aún adultos, no perdían la gran necesidad de hacer bromas. No simples bromas, cuanto más pesadas mejor. Era el “motor” en la vida de los tres. Su madre siempre les advirtió que terminarían mal. Con el tiempo fueron perfeccionándose, no se conformaban con las típicas travesuras de niños, podían pasar horas, incluso días, en la preparación de sus planes. A veces se aliaban dos, dejando a su víctima doblemente molesta. Para la gente su relación se veía extraña. Ellos eran muy unidos, se amaban profundamente. Su vida nunca era monótona, ni aburrida. Los tres convenían que el resto del mundo no apreciaba las bromas como ellos. Así que habían aprendido a dejarlas sólo para los tres, incluso Bruno había estado a punto de divorciarse, su esposa no compartía su fascinación por las bromas pesadas, es más, las detestaba.
Romina tuvo la idea de hacer un viaje, así que llamó a sus hermanos y enseguida se contagiaron del entusiasmo. Los tres estuvieron de acuerdo en viajar solos, dejando a sus respectivas familias. Omar propuso una aventura, algo exótico y Bruno prometió buscar el destino adecuado.
En una semana estuvo todo listo, y los tres partieron hacia un pueblo ignoto al sur de África. Tendrían siete días para pasear, descansar, conocer y desde ya, hacer alguna broma inolvidable. La idea fue de Omar, que despertó a Bruno en la mitad de la noche para planearla. Cuando tenían todos los detalles a punto, era ya de mañana. No les importó haber pasado la noche casi sin dormir, lo realmente importante para ambos, era que Romina viviera una experiencia memorable. Se reunieron los tres para desayunar y luego salieron a caminar. Encontraron lo que estaban buscando y convencieron a Romina de ingresar. Una vez dentro le explicaron al primer oficial que vieron que habían sorprendido a esa mujer robando y querían que se hiciera justicia. Ambos estaban muy serios. Romina los miraba muerta de risa. Sin embargo el oficial tomó seriamente la denuncia y ordenó que llevaran a Romina al calabozo. Una vez que ésta ya no podía oírlos le dijeron al oficial que sólo era una broma a su hermana y que mañana a la mañana vendrían a buscarla. El hombre no dijo nada, y siguió escribiendo el informe.
Mientras cenaban se preguntaban si esta vez no se habían pasado. Ambos comenzaron a reírse a carcajadas imaginando la expresión furiosa de Romina cuando fueran a buscarla a la mañana siguiente.
Llegaron cerca del mediodía, el destacamento policial se veía especialmente agitado. No como el día anterior. Buscaron al oficial que ayer había detenido a Romina. No estaba por ningún lado. Le preguntaron a uno que pasaba a su lado, mas no hablaba inglés. Algo en su interior les decía que la cosa no pintaba bien. Intentaron ir a la zona de las celdas pero un hombre los detuvo. Le explicaron lo que habían hecho. Aquel, de rasgos marcados, labios gruesos, mirada penetrante y un físico corpulento los intimidaba más de lo que hubieran querido admitir. Les comunicó en perfecto inglés, que allí había una sola detenida, y tras un juicio sumarísimo había sido condenada. Los hermanos se miraron aterrados. Bruno intentó calmarlo y dijo que Romina seguro había convencido al oficial para que la liberara, que debía tratarse de otra mujer.
- ¿Podríamos ver a la detenida? Imploró Omar.
El hombre, que resultó ser el comisario, lo miró como quien mira a una cucaracha.
- ¡Por supuesto que no! No me diga que es usted abogado.
- ¿De que abogado habla? ¿Acaso en el juicio que le hicieron hubo uno?
El comisario no quería discutir con los extraños, estaba acostumbrado a ser la autoridad máxima. Aunque nadie discutía sus órdenes, pidió que trajeran a la acusada.
Romina apareció, pálida, ojerosa, temerosa. Quiso ir corriendo a abrazar a sus hermanos pero los dos guardias que la custodiaban se lo impidieron.
El comisario les dijo que llevaran a la detenida a la plaza pública.
Los hermanos se miraron sin comprender.
- ¿Para que lleva a mi hermana a la plaza pública?
- Le dije que había sido condenada en un juic…
- Si, si, en un juicio sumarísimo, pero eso no responde a mi pregunta.
- Vamos a ejecutar a la acusada en la plaza pública.
- ¿Ejecutar? ¿De que está hablando?
- La acusada fue condenada con la pena de muerte.
Omar se llevó la mano al pecho mientras Bruno intentaba explicarle al comisario que todo se trataba de un error.
Romina se soltó de los guardias diciendo que ya era suficiente. Al ver la cara de sus hermanos comprendió que se le había ido la mano.
Cuando Omar cayó al suelo, inconsciente, los hermanos creyeron estar escuchando a su madre que les decía: “esto va a terminar mal”.
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Que buen final.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Besos.
Tremendo final.
ResponderEliminarHay que saber hasta dónde se puede llegar con una broma y por supuesto...saber diferenciarlas.
Besos.
Hay gente que no conoce los límites...
EliminarBeso Marinel
Gabriela,Buenisimo!!!...hay muchisimas personas aficionadas a las bromas y algunas terminan como el final de tu relato. Me encantó.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Roberto :)
EliminarQue buen final, son los peligros de jugar sin todas las cartas
ResponderEliminarJajajaja, puede ser Sergio
EliminarUn buen relato con un buen final. "Quien a hierro mata, a hierro muere" y lo merece. Un abrazo
ResponderEliminarAsi es amig@mi@.
EliminarUn abrazo
Como en una obra de teatro, en las bromas hay que saber bajar el telón y poner final al episodio. De no ser así, se corre el riesgo de que se escape de las manos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es un riesgo grande, en este caso lo fue.
EliminarGracias Jorge
¡Que bueno!
ResponderEliminarMe ha encantado. Sorprendente al máximo.
Besazo
Muy bueno !! Besos
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