Melina llegó temprano, entró al edificio casi vacío. Estaba excitada, era su primer día, sola, en un país extraño, lejos de casa. Toda una aventura. Cuando el profesor entró un millón de mariposas le atravesaron el cuerpo. Se sintió inmediatamente atraída por ese hombre alto, casi desgarbado, de mirada clara y cabello ensortijado que intentaba permanecer en su sitio pero sin lograrlo. Esto le causó gracia, y su suave risa inundó el aula. Treinta y cinco miradas se posaron a un tiempo en ella, que sonrojada solo vio como el profesor la miraba entre divertido y enojado, sin decir palabra.
La clase terminó, se fueron levantando todos, hasta quedar sólo ella, y él, que la miró, haciéndola contener la respiración, y con un leve movimiento de cabeza a modo de saludo se fue.
Ya en su habitación, con su música preferida de fondo, pensaba en él, mientras escribía su nombre en un cuaderno.
Los días iban sucediéndose casi iguales, a medida que el curso avanzaba, su amor aumentaba.
Martín no podía creer lo que le estaba pasando. Casi no comía ni dormía, dejó a su novia de toda la vida, cuando Melina irrumpió en su vida, como un soplo de aire fresco. Se sentía vivo, como hacia mucho tiempo no lo estaba, ir a dar clases le daba una alegría nueva cada día, verla a ella, no se engañaba, era lo que hacía toda la diferencia.
Pensaba mil maneras de hablarle, pero tenia miedo que ella no le correspondiera, siempre había sido demasiado tímido, y esta vez no era diferente. Le llevaba unos cuantos años, es cierto, pero no tantos. Cuando terminara el seminario ella volvería a su casa, a su país, debía hablar con ella antes.
El curso terminó. Melina, triste preparaba su equipaje. Debía regresar a casa. Su corazón le pesaba en el pecho, no pudo hablarle, por más que lo intentó, no pudo decirle a Martín cuanto lo amaba desde el primer día que lo vio. En el vidrio empañado escribió su nombre a modo de despedida. El taxi que la llevaría al aeropuerto ya estaba esperando abajo.
Martín daba vueltas en la casa, como un león enjaulado. Debía hacer algo, El tiempo apremiaba. Sabia que era una locura, pero en un instante decidió ir a buscarla, subió al auto, y manejó a toda velocidad. Su corazón palpitaba al son de la música que sonaba en su interior. Estaba enamorado y había decidido enfrentar su destino.
Martín llegó a tiempo, a tiempo de ver el avión que atravesaba el firmamento, llevándose con el sus sueños desparramados en el cielo.
Cuantas relaciones se han malogrado por culpa de ese miedo a manifestar lo que sentimos...
ResponderEliminarBesos.
Un relato muy real, porque pasa con demasiada frecuencia.
ResponderEliminarPersonalmente, desde muy joven tuve claro que prefiero arrepentirme de un fracaso, pero nunca de no haberlo intentado.
Un abrazo, GaMyr.
Si Toro, una verdadera lástima.
ResponderEliminarBesos
Si Juglar lamentablemente pasa a menudo. El miedo paraliza.
ResponderEliminarTu actitud es digna de ejemplo.
Un abrazo.
Gamyr este relato es muy de mi estilo, historias de amor que a veces acaban bien y otras como la tuya un poquito peor.
ResponderEliminarAprovecho para desearte unas felices fiestas y lo mejor para el próximo año.
Besos.
Deberíamos aprender a ser más espontáneos en las cosas del amor.
ResponderEliminarEn la tierra paz a los hombres de buena voluntad
Cuando den las 12 levanta tu copa para brindar y al chocar de los cristales oirás mi voz deseándote ¡Felicidad!
Tamally maak
Me alegro Asun que te haya gustado.
ResponderEliminarFelices fiestas tambien para vos y un excelente 2012.
Si Daniel pero muchas veces nos gana la razón.
ResponderEliminarFelicidades y buen año.
romantica historia, de amores que pudieron ser y no fueron
ResponderEliminarbesos
Si, amores que no se animaron a ser vividos.
ResponderEliminarBesos Laura.