Me levanté temprano. Prendí la cafetera y me fui a duchar. Cuando terminé de bañarme el aroma del café recién hecho me mejoró un poco el humor. Llueve. No dan ganas de salir. Pero que va…, no tengo otra. Dejo mis pensamientos y miro por la ventana. Mientras la lluvia ciega los cristales mi mente deambula, pensándote.
Recién hoy logré dormir toda la noche sin llorar abrazado a la almohada. El agotamiento venció la batalla. Te extraño.
Me obligué a salir de casa. En el auto, camino al trabajo retazos de nuestra última conversación me aguijonean el alma. "Egoísta", "sos una caprichosa", "es mejor separarnos" "si demuestras tan poco interés por mis cosas"… Basta. Ahora comprendo que estoy muy cansado de estas discusiones que no conducen a nada.
Llego al trabajo y te veo. Hermosa como siempre, mi corazón se saltea un latido literalmente cuando tus ojos me encuentran. Te amo. Te amo. Nos dijimos sin palabras. No eran necesarias. Fue en ese momento cuando comprendimos que ya nada ni nadie podrían separarnos.
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