Federico tenía un hobby. Con los años lo fue perfeccionando, hasta convertirse en un verdadero artista.
Analía era una chica alegre, desinhibida y muy hermosa. Estaba siempre rodeada de admiradores, dispuestos a todo por conseguir sus favores.
Federico era un muchacho tímido, callado, se pasaba horas tallando pequeñas piezas de madera, trabajando minuciosamente. Cuando el trabajo estaba terminado, el destino del mismo dependía de su estado de ánimo. Muchas veces, pasaban a un estante de su habitación, y quedaban allí juntando polvo, pero otras, eran una ofrenda a su madre, a una vecina amable…
Analía vivía una vida de fiestas y diversiones, vivir era para ella una aventura, una fuente inacabable de placer.
Un día, descubrió a Federico sentado en una plaza, y sintió curiosidad. Se acercó y lo vió tallando una pieza de madera. Sus miradas se cruzaron, y Analía le sonrío, cautivando el corazón de Federico para siempre. Comenzaron a charlar, y se sintieron muy a gusto el uno en compañía del otro.
Estos encuentros se hicieron habituales, despertando en cada uno sentimientos desconocidos. Una tarde se besaron.
Federico se enamoró perdidamente y concluyó que ella sentía lo mismo por el.
En una oportunidad Federico le entrego a Analía un hermoso corazón de madera tallado.
Analía no volvió a aparecer en la plaza.
Día a día iba Federico a aquel lugar de encuentro y se quedaba horas esperando. Pero Analía no aparecía.
Cuando estaba perdiendo todas sus esperanzas, la vio. Pero no estaba sola, iba de la mano con un hombre, y un instante después los vio besándose. Se sintió traicionado, y un dolor nuevo le retorció las entrañas. Se fue caminando, con la cabeza gacha…Algo en el suelo llamó su atención, se agachó a recogerlo, y en su puño apretó un corazón de madera tallado a mano.
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